martes, 17 de diciembre de 2024

Orienta - Boys don't cry

He tenido la suerte (o la pericia) de encontrar un centro de orientación LGTBI donde hay gente que trabaja en hacerte sentir escuchada, en acompañarte, en orientarte. Se llama así, Orienta.

Hoy he tenido mi segunda cita allí. La primera fue sólo una toma de contacto para escuchar mi historia. La segunda, hoy, pues lo mimo pero con otra persona más en la habitación.

Aunque por primera vez salieron consejos directos e ideas, pocas, muy pocas, comparadas con tantos silencios y con tantas dudas.

Ir a un lugar frío a la sombra de una montaña, feo y difícil de llegar, con aspecto de oficina cerrada con persiana metálica a media altura y cristal esmerilado para no dejar ver dentro, es un poco descorazonador. 

Tan sólo el calor de la gente allí dentro, y el siempre cálido cóctel de colores de todas las banderas del orgullo te hacen sentir que puedes respirar un poco.

Después, una fría habitación sin nada más que un neón de oficina sobre una mesa de ikea con 4 sillas y una caja de pañuelos. Ni un armario, ni un póster. Una pequeña sala de interrogatorios para que allí desnudes tu alma y tu vida ante dos perfectas desconocidas que de repente se antojan tus mejores aliadas, aunque tienen tantos silencios como tú para compartir.

Algunas explicaciones estériles, medicalizadas, sobre los procesos y pasos legales dentro de lo que marca la ley en la que ellas pueden acompañarte. Como quisiste siempre sentirte una mujer, vamos a empezar por la visita al ginecólogo donde te dicen siéntate ahí abre las piernas y voy a meterte este aparato frío metálico para ver tu interior y hacerme una idea de lo que te pasa sin necesariamente compartir mucho sobre ello. ¿Qué tal de momento la experiencia? ¿Te sientes suficiente mujer ya?

Pocas palabras que llevan en realidad más comprensión de la que parece, aunque también incitan más a sentirte examinada, a evaluar si lo que tienen delante es un capricho, una confusión, o un grito desesperado de ayuda.

¿Y si no estoy transmitiendo ese grito desesperado de ayuda? ¿Y si lo que ven es un niño confundido y caprichoso queriendo pasar un rato a costa del erario público?

¿Cuánto más he de desnudarme para ser escuchada? ¿Debo acaso enseñarle mis calcetines arcoiris? ¿Mi camiseta morada de "No puedes quemarnos a todas"? ¿O tal vez deba bajarme los pantalones y preguntarles qué tal me quedan mis braguitas casi transparentes? Y sí, me disfracé vestí para la ocasión, medio porque se está convirtiendo en mi estándar de vestir, medio porque era un día especial.

Pero el frío de la habitación no me dejó ni enseñar mi camiseta tan siquiera. Tan sólo mi rubor y mi nerviosismo al desnudarme sin quitarme un milímetro de tela de encima consiguió que saliera de esa habitación con menos frío del que entré, aunque lo hiciera sin parar de temblar y de juguetear nerviosa con mis dedos.

Ese espantoso sentimiento de sentirte juzgada y observada, sin poder devolver una mirada, buscando recovecos en la blanca pared para que mis ojos se fijen en algo que no sean los suyos, ojos aquellos que no dejan de observarme mientras vuelco mis vergüenzas en esa fea mesa del ikea, donde mis silencios y mis faltas de respuesta me atemorizan más que mis respuestas, y de vuelta a esas preguntas, ¿y si no doy la talla?

Mírame, aquí queriendo ser una mujer y sufriendo la misma condena típica de ser un hombre que se siente muy pequeño delante de una mujer pensando que no va a dar la talla. Como si existiera una talla a dar.

"Esto parece un poco querer empezar la casa por el tejado", me cuentan. Creen que lo mejor es empezar a vivir esa realidad en tu entorno cercano y seguro, experimentarlo para ver cómo te sientes, para no hacer cosas de las que después te arrepientas.

Tiene sentido, supongo.

Y a la vez, demuestra que no he dado la talla. Que mi grito desesperado de "por favor ayúdame, dime cómo puedo quitarme esta mierda de entre las piernas que no me deja vivir en paz conmigo misma" no ha llegado a sus oídos de la forma en la que se siente en el fondo de mi garganta.

Y a la vez, me baja los pies al suelo un poco.

Apenas dos cosas en claro de hoy. La primera, una cita para Enero, con mi pareja, para afrontar esta realidad las dos juntas y orientarnos a ambas y animarnos a hacer las preguntas necesarias o las que no sepamos hacer de normal.

La segunda, la promesa de que, al menos y para empezar en ese espacio seguro, vamos a hablar de mí consistentemente en femenino, y a ver cómo eso me hace sentir.

Y mi estúpida sonrisa de niña nerviosa y muerta de vergüenza se dibuja entre unos ojos que se resisten con todas sus fuerzas a soltar una lágrima. Ya lloré como una madalena la primera vez que entré allí a decir que me siento esta persona y que necesito ayuda.

Soy esa niña, sí. Pero Boys Don't Cry.

Correr

Correr.

Correr sin descanso, correr sin destino, pero sin dejar de correr.

Correr en un suelo embarrado. Correr con los cordones de los zapatos atados entre si. Correr con cadenas, con lastres. Correr contra el viento y la tormenta. Correr sin descanso pero sin fuerzas.

Correr a pasitos minúsculos, con pausas para respirar, con vueltas atrás. Correr con miedo. Correr con pánico.

Querer correr. Soñar con volar. Alzar el vuelo y golpear de nuevo contra el suelo unos cuantos cientos de metros más atrás que donde empezaste. Correr sin saber por qué. Correr porque no puedes caminar. Correr porque cuánto más queda en este cuento. Correr con miedo. Correr por miedo.

Cada día es una batalla más en la sombra, en el silencio, en el dolor de sentirse equivocada y errónea. Cada día es otra batería de preguntas nuevas sin respuesta. Cada día es otra espera desesperante hacia ese momento teórico en que hablarás con tal o cual persona, esa cita con la psicóloga, esa cita en el centro de depilación por láser.

Cada día son nuevos interrogantes, cuantas más preguntas que respuestas, cuantas más dudas que ideas.

Cada día son sueños nuevos, tornados en pesadillas al sentirlos tan lejanos e idealizados que nunca parezcan venir al mundo real. Cada día sin saber hacia dónde andar, hacia dónde correr.

Y así pasan los días. ¡Y cómo pasa el tiempo, que de pronto son años, sin pasar tú por mí, detenida!

Yo no tengo una canción para darme. No tengo una solución para darme. No tengo un empujón ni unas palabras de ánimo, porque no sé si este camino lleva a ningún lugar. El miedo me aterra y tan a menudo me siento pequeña y de nuevo aterrada y escondida, hasta que me doy cuenta de que estoy así y entonces salto de nuevo a correr.

A correr sin descanso. A correr sin destino.

miércoles, 21 de febrero de 2024

Euforia de género

 No soy capaz de contar cuántas veces leí el término "disforia de género" durante mi vida. Siempre me sonaba a chorrazo médico, una de esas cosas que se inventan en psiquiatría para poner nombre (hacer una cajita) a un conjunto de comportamientos o síntomas que no se pueden tratar porque no son claros pero sobre todo porque no están definidos.

La disforia es algo devastador. Te consume por dentro de maneras que nunca había imaginado. En esencia, es sencillamente una palabra molona para odiarse a una misma, o a una parte de una misma. No es "solo" que no te guste tu cuerpo, o tu forma. Es absoluto odio por esa imagen. Por supuesto que hay grados y cada persona lo vive de formas diferentes, pero lo cierto es que en los casos más extremos puede ser completamente devastador.

Imagina que hay algo que desprecias, que no te gusta, y que te causa incomodidad solo con verlo. Incomodidad de la seria, de la que te pone nerviosa, que te impide relajarte o mirar a otro lado.

Ahora imagina que esa cosa está dentro de tí, y que no puedes huír de ello. Imagina tener que sentirlo a cada minuto, por más que intentes contextualizarlo, por más que intentes aislarlo o ignorarlo. Siempre está ahí, saludándote desde su esquina, recordándote que da lo mismo cuánto necesites alejarte de ello, porque va a estar ahí todo el rato.

Y entonces empieza a hacerse grande. Y a ahogarte. Y te das cuenta de que la depresión es una cosa, de que tu cabeza no para de darle vueltas, de que tu estómago se revuelve cuando piensas en que por mucho que desees, por mucho que te empeñes, hay algo ahí en tu cuerpo recordándote a cada instante, caminando cada paso contigo, para decirte "no eres lo que quieres ser". "No puedes ser lo que quieres ser".

Y entonces empieza el asco. Asco por tí misma, asco por sentirte asqueada. Asco por lo que esto significa para los que te quieren. Porque hay gente que te quiere como eres, como te proyectas, como te conocen, y si no conocen que en realidad te sientes diferente, entonces ¿por qué quieres quitarle a quien te quiere algo que les gusta de tí?

Y la cosa va en círculos y te aprieta y te ahoga y no te deja respirar.

Un día leí a alguien en facebook hablando de cómo en la mayoría de países, para conseguir un cambio de génerlo legalmente, necesitas una evaluación psicológica que certifique que para tí esto es importante, y la medida que tienen para ello es diagnosticarte con disforia de género.

Esta persona decía que es lamentable que para que el mundo reconozca que eres transsexual necesitas ser diagnosticada con disforia de género, como si no pudieras ser aceptada como lo que de verdad eres sin pasar por el aro de odiarte y sentir asco y pena por tí misma constantemente. Necesitas estar enferma para que acepten que en realidad siempre has sido esa niña.

Y cómo en su experiencia, el  momento de reafirmación absoluto en estar convencida de su transexualidad no era la disforia de género, si no más bien al contrario: cuando por primera vez se vió al espejo como lo que era, cuando por primera vez alguien se dirigió a ella como una mujer, cuando pudo sentirse a gusto con su cuerpo, y en ese momento el sentimiento de felicidad era tan intenso, tan pleno y tan grande, que lo que sentía era euforia de género.

Esto debería marcar lo que somos: cuando puedes expresarte y verte como lo que te sientes, y de repente te das cuenta de que esto te hace feliz. Cuando destierras la disforia y abrazas la euforia.

sábado, 16 de diciembre de 2023

And back

Ya ha pasado demasiado tiempo. Muchas cosas también. Pero estoy de vuelta, estoy aquí como hacía mucho que no estaba en mi mismo, y este estar en mi mismo me trae una energía vital y un "a la mierda" que no puedo dejar pasar.

Tal vez me esté volviendo loca dando demasiados palos, demasiados pasos a la vez. Tal vez no debería correr si no andar.

Pero hoy quiero correr, quiero gritar, quiero saltar y llamar la atención, quiero invitar a gente a colarse a este rincón secreto que empecé hace tiempo con la intención de volcar un trozo enorme de mí y que dejé que el miedo atenazara y condenara una vez más al olvido.

Un olvido como tantas veces en estos 45 años que no es capaz de contener lo grande que es esto dentro de mí.

Empiezo a estar cansada de esconderme. Quiero volar, quiero ser libre. Paso a paso, sí, pero libre.

He vuelto. Cambiada. Más fuerte o más descuidada. Qué más da. He vuelto. Y he vuelto para quedarme.

lunes, 28 de febrero de 2022

On hold

Al menos por el momento, voy a parar esto.

Me necesitan en otro lado, y ella aún no está preparada para esto.

Volveré. Porque en el fondo, nada cambia.

viernes, 25 de febrero de 2022

De compras

Ayer salí a comprar ropa. Lo que he odiado siempre. No te confundas, lo sigo odiando con toda mi alma, si cabe aún más. A mi aversión a los centros comerciales llenos de gente y la luz horrible que tienen se unía inseparable la presión de miles de ojos que, aunque no me prestaban la más mínima atención, se sentían pesados sobre mi espalda a cada movimiento que hacía entre las hileras de ropa.

Ayer salí decidida a comprarme ropa de niña.

Torpe como un pulpo en un garaje me movía por los pasillos de la planta de mujer, mirando todo con curiosidad insana, tratando de adivinar de la mejor manera cómo me quedaría (Nota mental: mal. Nota mental 2: no me lo imagino) sin poder evitar la sensación de todas las señoras que me rodeaban mirándome mientras me decían sin palabras "pero chico tú que haces aquí que esto no es para tí".

Tembloroso como un flan me acerqué a los probadores con unos pantalones ajustados elásticos pensando que me iban a decir que no podía entrar. Ciertamente hubo alguna mirada torcida al preguntarme cuántas piezas de ropa me iba a probar y ver los pantalones (me parecía excesivo entrar al probador con ropa interior) aunque siendo realistas seguramente fueran más en mi cabeza que en la realidad.

Mientras vagaba por los pasillos escuchaba un podcast a todo volumen en los cascos para aislarme de todo ese mundo que me miraba acusador en mi cabeza, y tratando de encontrar un punto de humor escuché a este tipo que contaba cómo cuando se declaró no binario sus colegas le preguntaban "o sea, ¿que ahora vas a llevar ropa de chica?" y su respuesta era demoledora:

"No, verás, voy a llevar mi ropa. Porque es mía. Lo sé porque me la he comprado yo. Verás, antes tenía cero vestidos y algún dinero, y ahora tengo algunos vestidos y ningún dinero. Eso quiere decir algo, ¿verdad? Es más, incluso tengo un trozo de papel que explica la transacción, por si cambio de opinión más tarde".

A veces una risa tonta es lo que hace falta para trivializar todo y conseguir pasar por encima de estos miedos.

Mientras me probaba los pantalones no podía parar de acordarme de aquello que comentaba ayer de la tipa que al transicionar primero lo hizo a niña trans antes de poder ser una mujer en condiciones. Me sentía como la niña que se cuela en el armario de su hermana/prima y empieza a probarse todo, con la ilusión de verse igual que ella y con la decepción de no hacerlo. La búsqueda compulsiva sin el menor criterio, sin la menor idea de qué entre todo este millón de estilos de ropa que no ha usado nunca le puede sentar medio bien, la cansina sensación de nada es suficientemente bueno, la abrumadora inmensidumbre de opciones desconocidas que aún tienes que aprender a medir, a imaginar puestas. Esa sensación mezclada con la ansiedad de que alguien va a venir y te va a pillar hurgando en el armario de ropa que no es tuya, date prisa, no tienes mucho tiempo...

Extenuante.

Al final sólo me compre unas medias, por aquello de que son tan baratas que si no quedan bien pues no has perdido nada. Aunque me quedé con ganas de llevarme aquellos pantalones petadísimos que aparte de apretarme las piernas hasta hacerlas la mitad de su diámetro, me tiraban del culito para arriba de una forma que me parecía increíblemente sexy. Enbutirme en esos elásticos que redondeaban mi culo y lo levantaban orgulloso me arrancó una sonrisa. No sólo había sido capaz de hacerlo, y probarme la ropa que desde hace siglos he mirado con mezcla a partes iguales de admiración, envidia, y enajenación. No. Además había sido capaz de verme por primera vez en mi vida en algo parecido a sexy de esa forma que apenas existía en mis sueños.

Queda para otro episodio (largo) cómo lidiar con mi barrigón. Porque sobra decir que todos los pantalones de niña están entallados para cinturas altísimas y considerablemente más estrechas que las caderas, y por supuesto ese no es mi caso. La impresión sexy sólo funcionaba si eras capaz de separar por completo de mi cintura para arriba y para abajo. El conjunto era sencillamente cómico. Pero bueno, al menos no era adefésico que era lo que iba pensando que iba a encontrarme.

Por cierto, las medias tampoco me convencen. Como buenas medias, hacen unas piernas bonitas, pero poco más. Creo que habrá que probar más. Mientras sigan siendo baratas, ni tan mal. De momento respiro aliviada de poder volver a casa y probarme todo (como si fuera mucho) y escapar de esa caza furtiva en el armario de mi hermana mayor.

Esta niña tiene que crecer.

jueves, 24 de febrero de 2022

Salir

"Pero ¿y qué es lo que quieres, exactamente?"

Que gran pregunta. ¿Qué quiero?

La pregunta es tan corta, tan aparentemente inocente, tan profunda, tan llena de recovecos donde perderse... que enfrentarse a ella da vértigo.

¿Por dónde empezar?

¿Qué me gustaría si tuviera una carta mágica, un botón de control absoluto, un genio de la lámpara que me conceda tres deseos?

Desde que tengo memoria, por lo menos desde los 8 años, he tenido ese deseo escondido esperando al genio de la botella que nunca apareció, de levantarme un día por la mañana siendo una niña normal, normal en el sentido de que todo el mundo lo supiera y fuera natural, ninguna sorpresa. Que el mundo hubiera sido así desde que nací. Pero no libre del miedo, en mi deseo pedía que sólo por un día, que al día siguiente a ese volviera a ser yo. Tal era mi confusión. Tal la negación de lo que quería en el fondo.

Pero ese genio de la lámpara no apareció nunca no por ser un mamón desaprensivo, si no por la mucho menos prosaica excusa de que no existen, y naces como naces, niño, niña, gordo, bajita, feo, sordo de un pie... hay cosas que no se pueden "decidir", que no puedes empeñarte en "ser lo que no eres". Y este es el quid de por qué todo esto es un problema.

Perdámonos un poco por este recoveco recién abierto: ¿qué es "lo que eres/lo que no eres"? La misma rotundidad que muchos (demasiados) aplican al "no puedes empeñarte en ser lo que no eres" la puedo usar en el sencillo contra argumento de que yo soy lo que soy, entero, entera. Este sentimiento profundo que me acompaña toda mi vida no desaparece por mucho que te empeñes en definir mi mundo. Lo puedes atemorizar, lo puedes empequeñecer, lo puedes humillar, despreciar, negar, vapulear. Lo puedes hacer sentir profundamente malo, retorcidamente inhumano, pervertido. Puedes hacerme sentir culpable por cargar con ese pensamiento en mi cabeza.

Pero ese pensamiento no va a desaparecer. Y no lo va a hacer porque, sencillamente, es lo que yo soy.

Puedes joderme la vida haciéndome sentir que esta mal sentirme como me siento, empeñándote en que me sienta roto, que me sienta enferma, que me sienta fuera de lugar, inhumano. Pero no va a desaparecer por que a ti no te guste o no te cuadre en tu patrón de cajitas, o en tu cajita de patrones.

Primera batalla. No puedo ser lo que no soy, pero no puedo dejar de ser lo que soy. Victoria: impossible. Empezamos mal.

Tengo 42 palos. Qué coño, tengo 43. Dos hijos. ¿Qué quiero de verdad?

Preguntemos mejor: ¿qué puedo permitirme?

La sociedad es una mala zorra y pelearte contra el mundo entero es una montaña que rite tú del Muro de Juego de Tronos. Te quedas ahí mirando con cara de ¿pero a donde cojones he venido yo a plantarme? No puedo, no tengo la energía de plantarme ante el mundo y cambiar y ser una mujer. Demasiadas barreras, demasiados muros, demasiados orcos, demasiadas miradas interrogantes y demasiados ceños fruncidos. Si mi vida fuera muy diferente... bah, para qué pensar en eso. Mi vida no es diferente, es la que es, y en la que es, aquello está demasiado lejos, demasiado dolor, demasiadas trabas.

Entonces ¿a qué aspiras?

Tal vez la respuesta más fácil a esto sea: "no tengo ni idea".

Idealmente me gustaría poder contarle a la gente sin tapujos que soy una tía, desde dentro, desde siempre. Que no he dejado de ser un tío y que dudo que quiera dejar de serlo. Y además como tía, soy lesbiana perdida.

"Ya veo... tú lo que tienes es mucho morro" (conversación real)

Y a vueltas con las cajitas. Acompáñame en este otro recoveco por el que perdernos. Mira qué pregunta tan inocente sacaste al principio...

En el mundo de cajitas donde todo encaja (¿eeeeeh?) el mundo entiende mejor, por este orden:

1- si dices que te gustan las personas de tu mismo sexo
2- si dices que has nacido con un cuerpo equivocado y que en realidad eres el otro sexo género
3- la física cuántica
4- el sentido de la vida, el universo, el tiempo
5- a Dios
6- a Trump
....
N- si dices que has nacido hombre pero en realidad te sientes una mujer pero no dejas de ser un hombre, pero además te gustan principalmente y casi siempre las tías aunque a veces también los tíos, que estás a gusto con tu cola pero en realidad día sí día también sueñas con que no está ahí más y que cuando alguien que sabe cómo hacerlo te folla descubriendo ese coñito que nadie más sabe que está ahí flotas hasta el hiperespacio sin parar todas las horas que haga falta, pero a la vez no paras de soñar con abrirle las piernas y metersela hasta el fondo; que no quieres o esperas que nadie use pronombres femeninos hablando sobre ti pero a la vez sería maravilloso si pudieras salir a la calle con unas medias bien ajustadas botas muy altas y una falda muy corta y que NO PASE NADA, pero ni se te ocurra porque cuando te miras al espejo así sientes un vértigo y un asco que te empuja a correr al rincón más oscuro de tu habitación y arrebuñarte allí hasta que todo el mundo haya desaparecido, pero no dejas de ser, nunca has dejado de ser, y nunca dejarás de ser esa niña que nadie, o casi nadie, conoce, y que por otro lado ni se te pasa por la cabeza la idea de cambiar de nombre porque tú no has cambiado ni dejas de ser la persona que eres y has sido siempre.

Joder con la preguntita.

"Me alegro de que me haga esa pregunta" decían en alguna película. De repente un montón de detalles afloran.

Cuánto miedo, cuánto asco hacia mi misma. Cuánto puedes sobrellevar esa sensación de me aterroriza querer lo que quiero, me amedrenta y me supera ser lo que soy. ¿Por qué? Ser lo que uno es nunca debería doler. Nunca debería ser difícil. Es más, debería ser lo más fácil del mundo, ¿no? Sin tapujos, sin actuar, sin pretender. Simplemente ser. Lo que soy, como decía antes, no cambia me da igual tus opiniones o tu percepción de la realidad. Yo soy una persona que nació con colita entre las piernas y que tiene barba y pelos en los huevos que le cuelgan y le molestan cuando pedalea en la bici. Soy un hombre padre de dos criaturas alucinantes y pareja de otra criatura aún más alucinante. Pero a la vez soy esa mujer niña que no ha dejado de existir en 43 años y que nunca ha podido crecer ni evolucionar ni salir.

Salir. Como entiendo ahora la expresión de "salir del armario". Cómo duele darte cuenta de que una mitad de ti lleva AÑOS encerrada en un sitio oscuro para que nadie la vea y a nadie le explote la cabeza porque no encajas en la cajita de patrones que el mundo acepta.

Puede que aún no esté preparada para salir a la calle contenta con mis botas hasta la rodilla y con mis medias recién estrenadas y mi faldita insultantemente corta. Puede que el mundo sea quien no esté preparado para verme como lo que soy, este amasijo de género que se moldea según el día y el humor de la luna. Tal vez no esté aún lista para maquillarme y plantarte un beso de carmín en los morros desde mis tacones. Pero eso no me hace menos yo.

Hoy escuchaba en un podcast una verdad que me ha hecho flipar, sobre mujeres trans, en la que una de ellas hablaba de cómo transicionó no hacia una mujer trans, si no hacia una niña trans primero, y sólo después de unos años de pubertad que se le negaron cuando era un niño, poder convertirse definitivamente en una mujer trans. La evolución es larga porque la evolución de la persona lo es siempre, y esa mitad tuya que estuvo escondida tanto tiempo se perdió esa etapa de experimentar, de descubrir y descubrirse, de no tener ni puta idea de qué es el mundo y qué espera de tí ni qué has de esperar tú de el.

Hoy me siento como esa niña perdida en un mundo hostil, incomprensivo e incomprendido a partes iguales. Un mundo que no te va a aceptar te pongas como te pongas, un mundo que no te entiende y al que no te sientes capaz de explicar algo tan sencillo como ES QUE ESTO ES LO QUE SOY.

En un mundo piruleta, yo que nunca he sido demasiado pedigüeña (salvo en la cama), lo único que me gustaría es poder hablar de esto abiertamente sin temer que el cielo vaya a caer sobre nuestras cabezas y bla bla bla. Poder alegremente igual que le dices a alguien "hostias mira lo que dijo ayer mi hijo", pudieras decirle "pues fíjate que cosa tan curiosa me ha pasado que me siento mucho más mujer que hombre", y la respuesta fuera sencillamente curiosidad de la sana.

Me gustaría poder tener estas palabras con una cara, conocida (¡o no!) y no con una pantalla que me defiende desde el anonimato de ese mundo hostil. Me gustaría poder hablar de ello con mis amigos y que me contaran qué piensan sobre ello sin que fuera un drama, una risa, o un "y qué cojones te digo ahora". Me gustaría que mi pareja no se escondiera en el miedo de "donde me deja esto" y se enfrentara a ello me acompañara en ello más abiertamente. Me gustaría que nadie le cuestionara "donde deja eso a tu familia". Me gustaría que cuando celebremos en algún momento, puede que 10 años después de casarnos, por fin, nuestra boda, podamos ir las dos en un vestido bonito. Y que todo esté bien.

Me gustaría poder explicarle a mi familia o a mis amigos o a la camarera del bar que esto no me hace diferente de lo que soy, que no me hace otro ser, que sólo enriquece lo que soy. O mejor dicho, solo enseña la totalidad de lo que soy. 

Porque lo que soy no ha cambiado. 

Sólo busca una forma de salir.


martes, 22 de febrero de 2022

Salto al vacío

Todo se mueve deprisa y de forma extraña, con tantas contradicciones como ganas, en un torbellino de sensaciones y emociones que puede ser igual de vertiginoso que sorprendentemente adictivo. Supongo que es la adrenalina que sube cuando haces algo que tu educación, tu moral, tus normas, dictan que está mal.

Es un conflicto continuo entre lo que quieres, lo que crees que quieres, lo que se supone que deberías querer, y lo que la norma dice que bajo ningún concepto deberías querer.

Es por eso que en este torbellino las aguas se vuelven turbias más a menudo que claras, y que el norte se vuelve loco y cambia de orientación y lo pierdes sistemáticamente. Es por eso que evoluciona y cambia. Es por eso que el título del blog irá reflejando esos cambios, y es por eso que hoy lo cambio, puesto que no es realmente un nuevo yo que despierte.

Este yo siempre ha estado ahí. Escondido, o poco visible, tal vez sólo discernible para quienes se han atrevido a mirar sin complejos ni prejuicios, y naturalmente para quienes he abierto las puertas lo suficiente para dejarlo entrever. Pero siempre ha estado ahí. No sólo en aquel momento escondida en el baño del colegio, sino cada vez que (como escuchaba en un podcast esta semana) decidía jugar algún videojuego escogiendo el personaje femenino. O cada vez que respondía un mensaje whatsapp con un emoticono en el que "por vaguería y no pensar" escogía la versión femenina del encogerse de hombros. 

Sobre cómo ahora siento esto, es más un salto al vacío, de tratar de explicarlo, de tratar de exteriorizarlo y enfrentarme a todas esas reglas que dicen lo que puedes y no puedes ser, y gritar en voz alta que soy, le guste a quien le guste. Aunque ese grito sea uno de desesperación mientras saltas con la incertidumbre de cuándo (y a qué velocidad) se estará acercando el suelo contra el que has de estamparte irremediablemente.

Sola

El miedo puede ser devastador, es capaz de borrarlo todo y de arruinar la más determinada de las iniciativas.

Y el peor miedo de todos es este miedo a estar sola en este camino.

¿Dónde está mi princesa morada?


jueves, 10 de febrero de 2022

Todo viaje tiene su comienzo

 Todo viaje tiene su comienzo. Siempre hay un principio para todo. Y este diario es un diario de un viaje, así que como buen diario ha de tener un comienzo.

Los comienzos siempre tienen sus raíces en el pasado. Ninguna decisión es de verdad completamente espontánea. Siempre hay algo de donde nace, una idea, unas ganas, una revelación... El impulso solo da el pistoletazo de salida, no la forma ni la esencia de las decisiones.

Este es un diario de un viaje, un viaje de descubrimiento y aceptación. Un viaje entre el miedo, el deseo, la intriga, y también la resignación.

Este es el viaje hacia ella.

Escribo esto y me tiemblan las manos como si estuviera robando por primera vez unos caramelos en la tienda de la esquina. Me van a pillar, ¡¡me van a ver y verás!!

Pero me envalentono y sigo adelante. Ya he dado el primer paso, y no es un paso muy valiente de todas formas, porque vuelco esto en un pozo que nadie ve, perdido en la inmensidad del internet infinito lleno de mierda, qué más da una mierda más que ni siquiera va a encontrar nadie.

Aún recuerdo perfectamente aquella sensación, hace mil años. Debía ser en torno a 1991. Tenía 12 años. Mi tío se puso muy enfermo, tenía leucemia y le ingresaron en el hospital. No recuerdo si fue aquella noche cuando se murió, o fue a la noche siguiente, o cuándo, pero por ahí.

El caso es que mi madre nos tuvo que dejar con alguien a mis hermanos y a mí a pasar la noche. Nos quedamos en casa de mi tía a dormir, y nos llevó a la mañana siguiente al cole. Con las prisas, mi madre no nos había llevado ni ropa para cambiarnos. Por supuesto. Mi tía, que no tenía ropa para nosotros, nos visitó como pudo con la ropa del día anterior. Pero no teníamos muda de ropa interior. Entonces mi tía hizo algo que me lleva a 31 años después escribir esto. Como buenamente pudo, me dio una muda de mi prima, y me mandó al cole con unas braguitas de lo más estándar de niña de 13 años. Ya ves tú.

Aquel día no pude prestar atención en el cole ni un minuto. No es que prestara mucha de normal, pero aquel día fue especialmente brutal. El miedo que tenía era insano. ¿Y si alguien lo veía? Ya ves tú, pienso ahora, cómo va a notar nadie en un niño que lo que lleva debajo de los pantalones no son unos calzones de algodón sino unas bragas exactamente idénticas en tamaño y corte. Qué ridículo.

Ridículo como fuere, yo no podía parar de pensar en ello. Recuerdo aquella sensación de vergüenza, pero a la vez de incomprensible excitación. Recuerdo excusarme de la clase para irme al baño. Colarme en el baño de las niñas, porque, joder, si llevas bragas, eres una niña, ¿verdad? Está justificadísimo.

Si lo estaba,  ¿por qué me subía a la taza del wc para que si alguien entraba y miraba por debajo de la puerta (????) no pudiera ver los pantalones de mi uniforme de niño?

Recuerdo el latido del corazón que se podía oír claramente en aquel baño. Recuerdo la sensación de se me va a salir el corazón por la boca, y de seguido el alma. Recuerdo pensar ¿pero qué cojones estás haciendo aquí? ¿Para qué?

Pero aquel día, mirando hoy hacia atrás, fue el día que por primera vez me vi como la niña que soy.

Bienvenidos a este viaje.

Orienta - Boys don't cry

He tenido la suerte (o la pericia) de encontrar un centro de orientación LGTBI donde hay gente que trabaja en hacerte sentir escuchada, en a...