miércoles, 21 de febrero de 2024

Euforia de género

 No soy capaz de contar cuántas veces leí el término "disforia de género" durante mi vida. Siempre me sonaba a chorrazo médico, una de esas cosas que se inventan en psiquiatría para poner nombre (hacer una cajita) a un conjunto de comportamientos o síntomas que no se pueden tratar porque no son claros pero sobre todo porque no están definidos.

La disforia es algo devastador. Te consume por dentro de maneras que nunca había imaginado. En esencia, es sencillamente una palabra molona para odiarse a una misma, o a una parte de una misma. No es "solo" que no te guste tu cuerpo, o tu forma. Es absoluto odio por esa imagen. Por supuesto que hay grados y cada persona lo vive de formas diferentes, pero lo cierto es que en los casos más extremos puede ser completamente devastador.

Imagina que hay algo que desprecias, que no te gusta, y que te causa incomodidad solo con verlo. Incomodidad de la seria, de la que te pone nerviosa, que te impide relajarte o mirar a otro lado.

Ahora imagina que esa cosa está dentro de tí, y que no puedes huír de ello. Imagina tener que sentirlo a cada minuto, por más que intentes contextualizarlo, por más que intentes aislarlo o ignorarlo. Siempre está ahí, saludándote desde su esquina, recordándote que da lo mismo cuánto necesites alejarte de ello, porque va a estar ahí todo el rato.

Y entonces empieza a hacerse grande. Y a ahogarte. Y te das cuenta de que la depresión es una cosa, de que tu cabeza no para de darle vueltas, de que tu estómago se revuelve cuando piensas en que por mucho que desees, por mucho que te empeñes, hay algo ahí en tu cuerpo recordándote a cada instante, caminando cada paso contigo, para decirte "no eres lo que quieres ser". "No puedes ser lo que quieres ser".

Y entonces empieza el asco. Asco por tí misma, asco por sentirte asqueada. Asco por lo que esto significa para los que te quieren. Porque hay gente que te quiere como eres, como te proyectas, como te conocen, y si no conocen que en realidad te sientes diferente, entonces ¿por qué quieres quitarle a quien te quiere algo que les gusta de tí?

Y la cosa va en círculos y te aprieta y te ahoga y no te deja respirar.

Un día leí a alguien en facebook hablando de cómo en la mayoría de países, para conseguir un cambio de génerlo legalmente, necesitas una evaluación psicológica que certifique que para tí esto es importante, y la medida que tienen para ello es diagnosticarte con disforia de género.

Esta persona decía que es lamentable que para que el mundo reconozca que eres transsexual necesitas ser diagnosticada con disforia de género, como si no pudieras ser aceptada como lo que de verdad eres sin pasar por el aro de odiarte y sentir asco y pena por tí misma constantemente. Necesitas estar enferma para que acepten que en realidad siempre has sido esa niña.

Y cómo en su experiencia, el  momento de reafirmación absoluto en estar convencida de su transexualidad no era la disforia de género, si no más bien al contrario: cuando por primera vez se vió al espejo como lo que era, cuando por primera vez alguien se dirigió a ella como una mujer, cuando pudo sentirse a gusto con su cuerpo, y en ese momento el sentimiento de felicidad era tan intenso, tan pleno y tan grande, que lo que sentía era euforia de género.

Esto debería marcar lo que somos: cuando puedes expresarte y verte como lo que te sientes, y de repente te das cuenta de que esto te hace feliz. Cuando destierras la disforia y abrazas la euforia.

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