Todo viaje tiene su comienzo. Siempre hay un principio para todo. Y este diario es un diario de un viaje, así que como buen diario ha de tener un comienzo.
Los comienzos siempre tienen sus raíces en el pasado. Ninguna decisión es de verdad completamente espontánea. Siempre hay algo de donde nace, una idea, unas ganas, una revelación... El impulso solo da el pistoletazo de salida, no la forma ni la esencia de las decisiones.
Este es un diario de un viaje, un viaje de descubrimiento y aceptación. Un viaje entre el miedo, el deseo, la intriga, y también la resignación.
Este es el viaje hacia ella.
Escribo esto y me tiemblan las manos como si estuviera robando por primera vez unos caramelos en la tienda de la esquina. Me van a pillar, ¡¡me van a ver y verás!!
Pero me envalentono y sigo adelante. Ya he dado el primer paso, y no es un paso muy valiente de todas formas, porque vuelco esto en un pozo que nadie ve, perdido en la inmensidad del internet infinito lleno de mierda, qué más da una mierda más que ni siquiera va a encontrar nadie.
Aún recuerdo perfectamente aquella sensación, hace mil años. Debía ser en torno a 1991. Tenía 12 años. Mi tío se puso muy enfermo, tenía leucemia y le ingresaron en el hospital. No recuerdo si fue aquella noche cuando se murió, o fue a la noche siguiente, o cuándo, pero por ahí.
El caso es que mi madre nos tuvo que dejar con alguien a mis hermanos y a mí a pasar la noche. Nos quedamos en casa de mi tía a dormir, y nos llevó a la mañana siguiente al cole. Con las prisas, mi madre no nos había llevado ni ropa para cambiarnos. Por supuesto. Mi tía, que no tenía ropa para nosotros, nos visitó como pudo con la ropa del día anterior. Pero no teníamos muda de ropa interior. Entonces mi tía hizo algo que me lleva a 31 años después escribir esto. Como buenamente pudo, me dio una muda de mi prima, y me mandó al cole con unas braguitas de lo más estándar de niña de 13 años. Ya ves tú.
Aquel día no pude prestar atención en el cole ni un minuto. No es que prestara mucha de normal, pero aquel día fue especialmente brutal. El miedo que tenía era insano. ¿Y si alguien lo veía? Ya ves tú, pienso ahora, cómo va a notar nadie en un niño que lo que lleva debajo de los pantalones no son unos calzones de algodón sino unas bragas exactamente idénticas en tamaño y corte. Qué ridículo.
Ridículo como fuere, yo no podía parar de pensar en ello. Recuerdo aquella sensación de vergüenza, pero a la vez de incomprensible excitación. Recuerdo excusarme de la clase para irme al baño. Colarme en el baño de las niñas, porque, joder, si llevas bragas, eres una niña, ¿verdad? Está justificadísimo.
Si lo estaba, ¿por qué me subía a la taza del wc para que si alguien entraba y miraba por debajo de la puerta (????) no pudiera ver los pantalones de mi uniforme de niño?
Recuerdo el latido del corazón que se podía oír claramente en aquel baño. Recuerdo la sensación de se me va a salir el corazón por la boca, y de seguido el alma. Recuerdo pensar ¿pero qué cojones estás haciendo aquí? ¿Para qué?
Pero aquel día, mirando hoy hacia atrás, fue el día que por primera vez me vi como la niña que soy.
Bienvenidos a este viaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario